El largo camino hacia Ti


EL LARGO CAMINO HACIA TI

 

Con la luna entre las cejas, con su paciencia, con las ágatas que guiñan y lo saben: una vez más, río de peces, árbol del cielo, son hojas que nunca volverán… criaturillas que encuentran su destino en el borde anaranjado del mantel.
Duerme, pero ya despierta, ya la serpiente parte en dos el horizonte: es un sol que baila en la pura línea de la muerte y el nacimiento. Es necesaria su punta de flecha para animar a los miembros ociosos.
Altas aves en las alas y curva de pensamientos bajo el brazo; con ellos construyo este tejado que me protege de las lluvias. Hay una estrella que se enciende porque el Padre lo quiere.

 

Recuerdo la escalera, la negra, su paso de barco ebrio en las pálidas alfombras de ceniza y, seguramente atrás, el sombrero blanco sobre lentes negros: contrastes que sustituyen a las fotos.
Un cielo mejor que el hierro, mejor que el concreto deslavado, un aire nuevo y sin embargo… lengua de algodón, este silencio que entusiasma, que prende un halo voluntario alrededor de los velices.
Es necesario este campo de plumas, el humo que hace llorar los ojos: hojas atómicas y verde corazón. Está la Madre sentada o de pie, custodiando los pasillos del aeropuerto, mientras el loco sube las escaleras.
Nada importa al estupendo bailarín que hace girar los corazones con una cuerda muy antigua. Busca el fondo del avión para recuperar con su sueño el mundo de los sentidos y el de los resentidos.

 

No tiene la vida nada mejor que esta hora de clara frescura en que juntos desayunamos sobre el mar de nubes. Barcos de vapor que sin ángeles propicios hallan su rumbo y levantan acordes en el cielo justo a la altura del médico interior.
Uno y otro sin otra pretensión que dar la mano, cruzar esa fragancia que dobla los sauces sobre el río. Colcha de claridad donde las vacas lentamente se disuelven, y ese caballo que sacude las alas, ese sudor que no puede confundirse en el espejo.
Gracias por la tierra, por el flujo de energía que se agita en cada beso. Después de que todos han abandonado el pasillo, ella aparece: trae las luces prendidas.
El camino es una cinta de palabras entre nubes sentimentales. Ha pasado el dragón quemando las hojas nuevas de los árboles. Hay estrellas que dulcemente se balancean y no saben salir del laberinto. El toro y el deseo se dan la mano: ya la vasija recobra su batalla, su perfume.

 

Hombres petrificados, mujeres de sal en la escalera: parten en cuatro este patio sencillo. Una cascada, lejos del mar, pero en la frente, parte la piedra como el sueño de la almeja.
Es una mirada que conoce la locura, camino a los trenes en la vía sutil, en la escalera horizontal: ¿por qué se murió?… porque… ¿por qué?… porque… ¿por qué? Ya estamos en el cielo y son ángeles los que tocan a la puerta con la mano pegajosa por los dulces. Mas no apresures el viaje en lo absoluto… en lo absoluto.
Son rocas, matorrales, y en el polvo ese jinete que lleva su pasión entre las manos: lajas descubiertas por el tiempo, tal vez el mar en otro libro, en otra canción, en otra tienda… cruz de murciélagos y la voz india que clama por su tierra: ¡somos abono!
Nunca supieron mejor estos duraznos que hoy. Nos vienen de la mano misma que plantó los árboles. La manguera que duerme bajo las ruedas del camión quiere despertar, dejar atrás el pozo que se queda, se queda…

 

En esta esquina salió el diablo, con piedras el rico lo quiere tapar. No le gusta la competencia en sus terrenos, de preferencia, y detrás de la reja, en formas blancas quiere perpetuar la memoria de su desatino. Hoy todo el pueblo puede bailar en estas terrazas.
Más casa que nombre, más cielo que casa, las golondrinas trazan un árbol mental para encontrar refugio. Pájaros confiados a la voz indiscutible del día: sillones del aire, camas suaves para damas almendradas.
Los niños salieron confiados. No tuvieron que llegar hasta el sepulcro: las estrellas de mar así nos lo confirman. Pasan seguros delante de los viejos: caballo, perro y frutas son su vida.
Es verdad que faltan algunos dientes, pero la sonrisa no se hace esperar: hasta la casa tiene arrugas. Pinos azules y carros verdes; en este paisaje rosado la vejez hace su nido.

 

Por caminos de piedra, restos de aquellos dioses, conchas en la montaña: cuna de sabios atardeceres. En el huerto de nogales vibra el relámpago emplumado del correcaminos y las serpientes vegetales disuelven al sol en sus fauces abiertas: frutos silvestres.
En la mano de un niño la vida palpita: un pescado constata que el aire no sirve para llenar de fuego sus pulmones. Apenas unos cuantos aletazos y el garfio de carne desesperada: a río revuelto, ganancia de pecadores. Nadie puede vivir fuera de su elemento.
Hay ciudades, instrumentos, panes y ciertos animales que extienden su casa más allá del oscuro principio. El amigo lo sabe y pone dulzura en estas cuerdas. Canto con el sol.

 

Veloz, veloces, nubes que se quiebran: del cántaro roto manan rayos y en la carretera veloz, veloces, un cuarteto entona, desafina.
Aparece la ciudad con su espiga de luz y los artistas incógnitos que esperan la hora del encuentro. Ellos también tienen un libro. Somos frases escritas en el libro. Algunos, frases inconexas, otros frases bellas, algunos son sólo títulos, otros comas, signos de interrogación, números… notas a pie de página.
Entre todos una bella mujer se esconde: génesis de los colores y mirada terrenal. Todos tienen la seguridad de lo que ignoran; creen en sus sueños como en sus deseos. Y los más pequeños se llevan la noche.

 

Al filo de la montaña, entre dientes de sierra, el tren se desliza pues ha sido llamado. Nadie quiere hablar del accidente, y sin embargo, pasamos sobre el talco del becerro: polvo de huesos para la máquina. Entre las piedras los carros descarrilados buscan una explicación.
Los surcos del maíz y del frijol hacen eses delante de los ojos, rehiletes de tierra: un tren de nubes, expandido en una tibia generosidad… contar de tardes, contrarios y contentos.
No cesa de subir y ya no hay tierra, sólo luz en el momento, la vista prodigiosa, las alturas: el cono vertical que absorbe nuestro peso. Barranca del cobre, las indias con sus niños y sus perros de madera no necesitan la palabra.
¿Quién puede considerarse pobre en esta dimensión?

 

Ciudades cristalizadas en la curva tenaz que imita a la tierra, dientes de azúcar para la burbuja serena del planeta: en el ágata fugaz el mar hace su casa, las venas azules se cargan de frutos, y con la música a todo volumen y los niños envueltos en asombro, pienso en las madres y su profundo sacrificio.
Nada se desperdicia, somos abono, y en las raíces se obra el mismo prodigio que en las hojas, en las células organizadas para su cabal propósito y en las corrientes de tierra que emergen poderosas: signan arquitecturas jamás imaginadas.
Caballo blanco en pasto verde: pensamientos puros que exhalan claridad.
Aquí se pueden ver los verdaderos bailarines, metales entusiasmados con la edad de la tierra, danzando a la velocidad del sistema. Es un bosque la pelusa que a veces los recubre… bastaría un estremecimiento de felicidad para que terminara el juego.

 

Cada túnel es un descanso; la oscuridad sella las imágenes portentosas de la Sierra Madre: nacimiento perpetuo, pronta muerte.
Sigo la voz del tren que nunca cesa, mientras los rancheros se limpian el sudor y las viejas americanas retocan sus labios marchitos. Esta vía que logra dar la vuelta a la montaña, desciende suavemente y por fortuna, hacia los valles más a tono con mi espíritu, que recibe el perfil de sombra recortado con la misma gratitud con que vivió las puntas.
Fortalezas que quitan el aliento, y en la raja sin fin el vaho silencioso, la rosa de los vientos labrando su destino.
Llegar es morir un poco, y mucho más si aquí quedara… sé muy bien que no es el sitio, que no vale la pena gastar tinta en este espacio, por más que el alimento no fue malo ni la noche muy ruidosa.

 

Calor, humo, sudor… por planos entre lluvia y sequedad, el agua barre los cristales: un corazón muy grande me brinda su fortuna. Para mis amigos de la revolución escojo esta noche de estrellas.
Hay un lugar para todos, pero no todos comprenden. Es más amplia la tierra que este mísero horizonte de poderes y de pares: la máquina computadora fácilmente se descompone.
Como si nadie regalara por placer: la fruta de los árboles desciende, no quiere más que la semilla de su especie, la intimidad.
Oscura voz del piano, me toma de la mano y me conduce al agua, a sus burbujas, más reales que el descanso y que la muerte, más reales aún que las polillas: hacen su fiesta alegremente y me recuerdan que el polvo danza también en este vientre.

 

Un niño con grandes lentes abandona con aire ensimismado la rara biblioteca de un puerto que se dedica a otras tareas. Tal vez la melosa voz del trío sepa más de la vida, pero ese niño tiene la llave.
Compasión de la piedra en el bolsillo, es sólo la presencia que no pesa, pero que con el tiempo luye la tela, busca el zapato, busca la arena… entre sus cristales se reconcilia, se manifiesta.
Los pelícanos escogen su balcón, sus abanicos de agua. ¡Qué lejos está su serenidad de aquel orgullo que mandara dar al mar de latigazos! Saben muy bien a dónde flotan los peces muertos.
Costa de lazos acerados y todos en el mismo barco. Ya se verán más tarde las cumbres nevadas en el agua y la fascinación de la amistad que, siendo tan sencilla, a tantos cuesta tanto.

 


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